Eso sucede en el día a día del Camino, por eso no es extraño que uno se
vaya compenetrando con sus alrededores y parece que se mimetizara con el
espacio y tiempo. Pero hay veces que uno llega a lugares que resaltan, que
rompen la norma e invitan a detenerse, pensar, explorar y maravillarse.
Después de haber pasado por Salamanca, Cáceres, Plasencia y ruinas como
las de Castrotorafe o el Monasterio de Granja de Moreruela, uno no espera
sorprenderse mucho. Pero siempre hay algo por ver, diferente o que te intrigue.
El trecho antes de llegar al Arco de Caparra, es bonito, relativamente
solitario, los toros y las dehesas son la compañía constante. Se ve poca o casi
ninguna persona, a lo mucho algún tractor trabajando a la distancia, por lo
tanto se presta para perderse en uno mismo, deporte favorito de los peregrinos.
En eso me encontraba, totalmente disfrutando del trayecto y de la
soledad del Camino, cuando inesperadamente, a la salida de un bosque, me
encuentro de narices frente al Arco de Caparra.
Después de haber visto innumerable cantidad de fotos del lugar, no
esperaba que me sorprendiera al llegar, pero la verdad que fue un momento
impresionante.
La majestuosidad del lugar va más allá de lo edilicio y de todo lo
físico que lo rodea, son simplemente otro grupo de ruinas romanas de las que he
visto en cantidades. Roma, Mérida, Sibari, Segovia y muchos otros lugares las
tienen más grandes y mejor preservadas, pero este lugar en medio de la nada,
rodeado de un paisaje pastoral inigualable, tiene una energía que no he sentido
en ningún otro lugar del mundo que yo conozco. Quizás esté más relacionado con
el peregrinaje que con la historia en sí.
Me descolgué la mochila y me senté en unos bloques de piedra, mi
estado de ánimo era súper positivo porque me sentía fuerte y contento, pero al
sentarme a contemplar lo que me rodeaba, se me cayeron las lágrimas. No sé
porque, pero de a poco la cabeza se me comenzó a llenar de historias que no
sabía, de tiempos que no viví, de gente que no conocía. Sin saber cómo en ese
momento me transforme en un romano de los tiempos de Caparra, recorrí sus
callejones de piedras, sentí el olor de sus hornos y el ruido de sus herreros,
me compenetre tanto que me parecía que yo había vivido todo eso.
No sé qué estaba pasando conmigo, pero una energía que no conocía, se
había apoderado de mí, ¿sería que la reencarnación existe y que yo en otra vida
había pasado por aquí? ¿O simplemente que debido a tantas horas solo en el
Camino, mi mente estaba predispuesta a esta especie de alucinación?
En verdad no tengo respuesta para esas preguntas, pero sí sé que
eventualmente voy a volver a ese lugar, las emociones y sensaciones que sentí
en el Arco de Capara, me abrieron a examinar un monton de mis creencias y a
estudiar un poco más sobre esos temas.
Se puede decir que soy un peregrino al borde de la locura, o que
soy una persona loca por peregrinar, pero al fin y al cabo, simplemente, estas
son cosas que pasan en el Camino.







