19 noviembre 2015

Cubo del vino

Moha Hassan estaba de guardia en el corral antes de la entrada al Albergue Torre de Sabre, a Moha solo lo conocía por fotos, pero su presencia y estampa no me dejo dudar ni un momento, era ese el tordillo árabe que había acompañado a Filisberto en su recorrida de La Vía de la Plata.

Loli, la propietaria del albergue, me atendió en la puerta con una gran sonrisa de bienvenida, por supuesto que yo no hago nunca reservas de lugares para quedarme, porque siempre se dónde empiezo pero no donde culmino el día. Por suerte todavía tenía lugar para mí.

Lamentablemente Filisberto, al cual deseaba conocer para escuchar sus historias de peregrino a caballo, no estaba, ya que está trabajando lejos por un tiempo y viene a la casa cuando tiene días libres. Una de las penosas realidades de la España de ahora, donde much@s cabez@s de familia tienen que buscar la forma de sostener a sus familias, como sea. 

Durante el día, ya que la etapa había sido corta, me dedique a caminar por los alrededores, visite las bodegas lugareñas, escavadas en las afueras del pueblo y que muchas de ellas todavía se encuentran en uso, me acerque a la abandonada estación del ferrocarril y también visite la iglesia, pase por el ayuntamiento para sellar mi credencial y deambule sin rumbo por las pequeñas y angostas callecitas del pueblo.

Los dos bares por los que pase, tenían cañas frescas pero no podía dejar pasar la oportunidad de saborear los vinos de la zona. La verdad sea dicha, casi todo lo que me sirvieron era vino de Toro, que por su cercanía, es el que se impone. Muy bueno, pero adictivo.
Esa noche éramos cuatro peregrinos los que nos sentamos a la mesa para disfrutar una excelente cena, que incluía una sabrosa sopa de mariscos. Una amena charla, nos acercó hasta alrededor de las 10 de la noche, cuando después de los postres nos retiramos a descansar el cuerpo para preparar la jornada siguiente.

A pesar de que estaba solo en una muy buena habitación, no lograba dormirme, comencé a rememorar los días desde que había partido de mi casa en Toronto, entre pitos y flautas ya hacía casi una semana que estaba en España y en el Camino, pero parecía que hacía mucho más, los buenos momentos que venía disfrutando, ya me habían entregado de lleno al espíritu del Camino. Estaba en un estado de paz espiritual y me sentía con una libertad, que no logro tener en mi vida diaria, la sucesión de paso tras paso en soledad y al aire libre, me llenan de alegría. No sabía que me deparaba  mañana, pero si sabía que sin apuro y sin planes, llegaría lejos y contento.

Llego el sueño y me entregue a él sin reparos, en pocas horas mis botas retomarían el Camino.

Hasta ti Santiago S D’Q.

16 noviembre 2015

María, años y caminos. Llegando al Cubo del Vino.

La noche llegaba y ya se veía que no iba a ser fácil el dormir y descansar, era el último día de vacaciones para los jóvenes, que debían regresar a sus centros de estudios a partir del lunes. Se los veía en “bandadas” recorriendo el pueblo de un lado a otro, sin rumbo, solamente disfrutando y lamentando que se terminaba la libertad que viven en el pueblo, la mayoría de ellos mañana volverán a sus casa de la ciudad donde viven y estudian el resto del año. Cerca de la medianoche, los petardos se empiezan a escuchar y es un repiquetear constante, algunos caen dentro del recinto amurallado del patio del albergue, el estruendo se repite varias veces. María y yo tratamos de ignorarlo, pero despiertos y sentados en nuestras literas conversamos largo  y tendido.
Tiene 74 años, es vasca de nacimiento y de convencimiento, pequeñita y vivaz, se le ve más fuerte que tabaco de pito. No está segura si este es su Camino numero 15 o 16, pero cada vez que le mencionas algo, ella ya estuvo ahí. Hoy se había pasado el día recorriendo el pueblo, tomando unas cañitas y conversando con quien se le cruzara… es un remolino con botas. Es tarde cuando decidimos que quizás ya se puede dormir, el ruido esta amainando y los petardos no se escuchan tan frecuentes y cercanos.

El destino de hoy es completar la etapa que deje trunca al quedarme en Calzada de Valdunciel, unos 16 kilómetros me separan de Cubo de la Tierra del Vino, ideal para un segundo día de Camino, ya que el cuerpo se ira acostumbrando de a poco. Como la distancia es corta y la noche había sido larga, departo después de las campanas de las 8.30.
María todavía no se ha movido mucho, así que le digo que parto solo. Cuando le digo que me voy desfachatadamente me dice “Vete tranquilo que yo te alcanzo en la ruta”… la mire incrédulo y con bordón en mano y mochila a la espalda salí a gastar kilómetros.
El sol pica fuerte, la ruta ondulada y desolada parece no tener horizonte, el vapor que se despega de los campos, los hace ver como espejismos. Inmensos plantíos de maíz y sus sistemas de regados me acompañan y de vez en cuando un hilo de agua que viene de los campos, me sirve para mojar mi cara y cabeza para refrescarme.
De vez en cuando, miro para atrás esperando ver a la distancia la figura de María, quizás si me siento un rato en algún lado, le doy chance a que me alcance. No hay ni un solo árbol, no se vislumbra una sombra por ningún lado, yo ya estoy necesitando un alto, el estómago me recuerda que salí sin desayunarme, sigo buscando un lugar adecuado para hacer descanso y diente.

A la mente me vino un recuerdo de mi padre, el viejo tenía la costumbre de sentarse en la boca de los caños de desagüe que pasan por debajo de las carreteras, decía que eran los ventiladores del campo en los días en que cantaba la chicharra.
Un hilo de agua cruzaba la senda y se perdía dentro de uno de estos caños, unas piedras estratégicamente, ocupaban el centro de la boca refrigerante. Descolgué la mochila, le metí mano a las vituallas que traía pronto a disfrutar del lugar y el momento.

Chorizo, pan, queso y una botellita de plástico con medio litro de vino de la zona, estaban prontos para ser sacrificados en ese altar de tranquilidad, me saque las botas y las medias, me senté en una piedra. Con los pies en el agua y la brisa fresca que venia del tubo, comí y descanse como un soldado después de la batalla. Todavía de vez en cuando miraba el sendero para tratar de avistar a María.
Con la panza llena y el corazón contento retome la ruta, en poco más de una hora llegaría a Cubo del Vino, donde me esperan un buen albergue, buena comida y supuestamente buena compañía, ya que espero encontrarme con Filisberto, quien habiendo hecho parte de La Vía de la Plata a caballo, debe tener varias historias para contar.

La ruta siempre cerca de la carretera, es firme de a poco se empiezan a ver algunos árboles, del otro lado de la autovía se irgue la cárcel de Topas que domina el paisaje con su torre de vigías. Me lleva a pensar en el verdadero significado de “libertad”, yo aquí, en el Camino, que para mí hoy día es la máxima expresión de “libertad”, ellos ahí dentro… me dio pena, seguí al paso sin mirar para atrás.
Cuando entro al Cubo del Vino, una figura sentada en un banco de la plaza, me llama la atención, todavía estoy lejos para distinguir quien es, pero algo me hace pensar que es María, ¿Cómo llego hasta acá antes que yo? ¿Me abre dormido cuando me senté al fresco y no la vi pasar? ….mmmmm ¿quien me lo explica? Era Maria.

Hasta ti Santiago S D’Q.