Tiene 74 años, es vasca de nacimiento y de convencimiento,
pequeñita y vivaz, se le ve más fuerte que tabaco de pito. No está segura si
este es su Camino numero 15 o 16, pero cada vez que le mencionas algo, ella ya
estuvo ahí. Hoy se había pasado el día recorriendo el pueblo, tomando unas
cañitas y conversando con quien se le cruzara… es un remolino con botas. Es
tarde cuando decidimos que quizás ya se puede dormir, el ruido esta amainando y
los petardos no se escuchan tan frecuentes y cercanos.
El destino de hoy es completar la etapa que deje trunca al
quedarme en Calzada de Valdunciel, unos 16 kilómetros me separan de Cubo de la
Tierra del Vino, ideal para un segundo día de Camino, ya que el cuerpo se ira
acostumbrando de a poco. Como la distancia es corta y la noche había sido
larga, departo después de las campanas de las 8.30.
María todavía no se ha movido mucho, así que le digo que
parto solo. Cuando le digo que me voy desfachatadamente me dice “Vete tranquilo
que yo te alcanzo en la ruta”… la mire incrédulo y con bordón en mano y mochila
a la espalda salí a gastar kilómetros.
El sol pica fuerte, la ruta ondulada y desolada parece no
tener horizonte, el vapor que se despega de los campos, los hace ver como
espejismos. Inmensos plantíos de maíz y sus sistemas de regados me acompañan y
de vez en cuando un hilo de agua que viene de los campos, me sirve para mojar
mi cara y cabeza para refrescarme.
De vez en cuando, miro para atrás esperando ver a la
distancia la figura de María, quizás si me siento un rato en algún lado, le doy
chance a que me alcance. No hay ni un solo árbol, no se vislumbra una sombra
por ningún lado, yo ya estoy necesitando un alto, el estómago me recuerda que
salí sin desayunarme, sigo buscando un lugar adecuado para hacer descanso y diente.
A la mente me vino un recuerdo de mi padre, el viejo tenía
la costumbre de sentarse en la boca de los caños de desagüe que pasan por
debajo de las carreteras, decía que eran los ventiladores del campo en los días
en que cantaba la chicharra.
Un hilo de agua cruzaba la senda y se perdía dentro de uno
de estos caños, unas piedras estratégicamente, ocupaban el centro de la boca
refrigerante. Descolgué la mochila, le metí mano a las vituallas que traía
pronto a disfrutar del lugar y el momento.
Chorizo, pan, queso y una botellita de plástico con medio
litro de vino de la zona, estaban prontos para ser sacrificados en ese altar de
tranquilidad, me saque las botas y las medias, me senté en una piedra. Con los
pies en el agua y la brisa fresca que venia del tubo, comí y descanse como un
soldado después de la batalla. Todavía de vez en cuando miraba el sendero para
tratar de avistar a María.
Con la panza llena y el corazón contento retome la ruta, en
poco más de una hora llegaría a Cubo del Vino, donde me esperan un buen
albergue, buena comida y supuestamente buena compañía, ya que espero
encontrarme con Filisberto, quien habiendo hecho parte de La Vía de la Plata a
caballo, debe tener varias historias para contar.
La ruta siempre cerca de la carretera, es firme de a poco se
empiezan a ver algunos árboles, del otro lado de la autovía se irgue la cárcel
de Topas que domina el paisaje con su torre de vigías. Me lleva a pensar en el
verdadero significado de “libertad”, yo aquí, en el Camino, que para mí hoy día
es la máxima expresión de “libertad”, ellos ahí dentro… me dio pena, seguí al
paso sin mirar para atrás.
Cuando entro al Cubo del Vino, una figura sentada en un
banco de la plaza, me llama la atención, todavía estoy lejos para distinguir
quien es, pero algo me hace pensar que es María, ¿Cómo llego hasta acá antes
que yo? ¿Me abre dormido cuando me senté al fresco y no la vi pasar? ….mmmmm
¿quien me lo explica? Era Maria.
Hasta ti Santiago S D’Q.



