29 febrero 2016

Castrotorafe, unas ruinas llenas de historia

A la hora de las sombras largas, ya estaba de vuelta en las cercanías de Montamarta, gracias a que Adrián y Sandra, me devolvieron a la ruta, temprano, como me habían prometido. Como las obras que se están realizando en la ruta, han dejado la parte de los pantanos alrededor del embalse del Ricobayo, casi sin marcas y el lodazal según me decían, esta intransitable, elegí que me dejaran en la punta del puente que cruza sobre el canal, y de ahí comenzar el día. En total creo que le estaba robando unos cinco kilómetros a la ruta, pero como desde ahí se puede ver el pueblo y sus alrededores, no creo que me haya perdido mucho.
Después de despedirme de mis amigos, y sabiendo que iba a ser una etapa más bien corta, me decidí a llegar hasta las ruinas de Castrotorafe y dedicarme a recorrerlo para empaparme un poco de la historia y los lugares del antiguo enclave que se yergue sobre las costas del Esla y que antiguamente contaba con un gran puente de doce arcos que lo conectaba con la otra vera del rio.
Deje la  mochila junto a un miliario, el sol recién se empezaba a calentar y yo con el espíritu lleno de regocijo por restar donde estaba, me dedique a pasear, lentamente y con los ojos bien abiertos. Leí cuanto cartel encontraba, fotografíe todo rincón que me parecía interesante y llego un momento donde estaba tan compenetrado que me parecía oír el bullicio y los movimientos de los antiguos pobladores y de los Caballeros de la Orden de Santiago, que aquí tenían una de sus primeras encomiendas. Lo encontré como un lugar mágico, no sé cuánto tiempo me llevo el recorrerlo todo, estaba ausente de la realidad y gozando de la película que se desarrollaba en mi mente.

Desde 1129, año en que el Rey dio la orden y autorización para construirlo hasta 1493, fue el centro más importante de actividad en la zona, su ubicación estratégica sobre el Esla y la presencia militar de los soldados de Santiago lo hicieron un bastión de poder. Desde ahí se cobraban los impuestos y rentas de la zona y mucho de ese dinero eran dedicados a la mantención y construcción de la Catedral de Zamora, que estando tan cerca absorbía el esfuerzo de la comarca. Además estaba en una encrucijada de caminos que se dirigían a León, Castilla, Galicia y Portugal y por lo tanto fue vital para la zona.
En esos menesteres y recuentos mentales estaba, solo, cuando un grito me vuelve a la realidad, “Buen Camino”, me grita desde el sendero un ciclista peregrino, que sin siquiera disminuir su veloz pedalear, recorria el Camino a su manera. Devolví el saludo, mientras me preguntaba si el ciclista se había dado cuenta de por dónde estaba pasando, o si simplemente su meta era llegar a Santiago lo más rápido posible.

Sentado junto al poste del sendero, todavía pensando en la magnitud del lugar, me comí un bocadillo de cecina que traía desde Genestacio, le di unos besitos al medio litro de tinto y comencé a prepararme física y mentalmente para retomar el andar. El día comenzaba de una forma maravillosa y si por hoy no veía más nada de importancia, daba lo mismo. Las primeras dos horas bastaban para justificar los kilómetros.

De ahí en adelante el paisaje no es muy cambiante, pero para nada desagradable o tedioso, una leve brisa refresca ya seca la traspiración, en un pequeño hilo de agua que encuentro, mojo el sombrero y me refresco el rostro, el sol a esta hora pica fuerte pero no molesta.

Cruzo Fontanillas de Castro, donde en la puerta de un bar, un grupo como de 10 bicigrinos se toman sus refrescos y comentan sobre el camino hasta el pueblo, me imagino que lo hicieron por carretera, porque a mí no me pasaron en el sendero. Nos saludamos y yo sigo, quizás tratando de no contaminarme con ese sentido de prisa que siempre tienen los bicigrinos. Por la mente se me cruza la imagen de mis botas mirándolos con una sonrisa socarrona e invitándolos a hacer el Camino con los pies en la tierra y disfrutándolo como se debe. Pero… ca uno es ca uno y ca cual es ca cual y hace el Camino que siente y quiere.

Llegando a Riego del Camino, en un chiringuito a la vera de la calle principal (carretera), paro a tomarme una coca cola bien fría y descansar un rato, ya que falta poco para llegar al desvió que me llevara al Monasterio de Moreruela, donde me espera otra de las maravillas de esta zona y algo que hace tiempo estoy planeando ir a visitar.

Cuando le comento a la señora que atendía el lugar, cuales eran mis planes, me sugirió que sería mejor si en vez de desviarme hacia el convento, me dirigiera directamente al albergue de Granja de Moreruela, que después de  descargarme de la mochila, ducharme y descansar un poco, llamara a un número que ella me daba. Hay un caballero de la zona que recoge a los peregrinos en su auto y los lleva para una visita guiada del majestuoso monumento, este señor conocedor del lugar y del tema hace esto a diario por tan solo un donativo, me pareció interesante la propuesta, así que sin pausa y sin prisa emprendí camino rumbo a Granja. 

Me ubique en el lugar, llame al guía y ansiosamente espere la hora en que me vinieran a recoger. La jornada se estaba transformando en un día memorable. 


16 febrero 2016

¿Otra vez? Visitas y la panadera

Levantarse temprano después del día de ayer, fue difícil, había pasado de todo en lo físico y en lo emocional. Pero eso es el Camino, hay veces que te cubre con una catarata de eventos que hasta pueden llegar a apabullarte. El Camino te dictara los pasos que debes hacer y las decisiones que debes tomar, los planes que uno tenga, muchas veces no tienen nada que ver con el verdadero desarrollo del día.
Pero, no hubo más remedio que levantar las cacharpas y lanzarse a la ruta, fui el último en partir y todavía después, a pesar de que había desayunado en el albergue, me pare en un chiringuito antes de la salida de la ciudad, como para extender mi estadía en la hermosa Zamora. Hasta me pasó por la mente el quedarme otro día para seguir recorriéndola, pero me esperaba el Camino Sanabrés, que desde que planee hacerlo, me lleno de preguntas y curiosidad.

La salida de la ciudad es extremadamente monótona y los primeros 6 o 7 kilómetros de la corta etapa que me espera, no tiene nada de memorable. Después el rumbo se hace pesado, largas rectas por caminos vecinales o senderos casi al borde de la ruta, mucha tierra y guijarros que crujen bajo el peso de la bota. Los pequeños pueblos de La Hiniesta y Róales del pan, rompen un poco la monotonía, pero no mucho.

En los pequeños poblados de España, es común escuchar las bocinas o cláxones de los diferentes proveedores de alimentos que van de pueblo en pueblo ofreciendo sus productos, recorren las pocas callecitas de los poblados, visitando a sus clientes, quienes salen a la puerta a recibirlos y comprar lo necesario. Justo a la salida de La Hiniesta, unos de estos proveedores, se detiene frente a una finca y deposita en una cesta colgada a la entrada, tres hermosas barras de pan. Saludo a la panadera y le pregunto si me podría vender algo, por respuesta, saca de un gran cesto una crocante barra de un pan de color mestizo y aroma de grano entero. Cuando le pregunto qué le debo, me responde “Buen Camino y un abrazo al Santo cuando llegues a Santiago”.

Me alegro el día, un pan no cuesta más que unos centavos de euro, pero la respuesta valió millones, una muestra más de la hospitalidad que se encuentran en los senderos que llevan al Santo y de la gente que uno se encuentra y que nunca deja de sorprender. Ahora con paso alegre el día ya no me parecía perdido, cruce el bordón en la espalda, trabado con el macuto y con el pan en una mano y un pedazo de chorizo, que nunca falta, me fui comiendo sin tener más preocupación que la de saborear el momento.

El paisaje de campos cerealeros, que no cambiaba, me dejo en las puertas de Montamarta, donde en vez de dirigirme al albergue, que se encuentra a la entrada y sobre la carretera, me fui derecho hacia el centro del pueblo donde me habían dicho que encontraría una Iglesia muy linda y una estatua del famoso Zangarrón, un personaje mítico y típico de esta zona. Visite la iglesia, pasee por sus alrededores, admire la estatua y fui al Ayuntamiento a sellar la credencial.

En el bar Marce’s, junto a la iglesia, un cartel anuncia Wi-Fi, la chance de tomarme una caña fría y también de comunicarme unos minutos con el resto del mundo, me tentó, así que me senté bajo una sombrilla de su terraza a descansar un poco y pensar en seguir adelante o buscar un lugar para quedarme aquí, sin prisas, el día todavía es joven y queda mucho por disfrutar.

Apenas conecto el teléfono, recibo un mensaje, ¿estamos en la carretera rumbo a ti, por donde andas?, le conteste donde estaba e inmediatamente me pidieron que no me moviera que en un rato llegaban. Eran Sandra y Adrián, que nuevamente venían, pero esta vez era para llevarme a dormir a Genestacio de la Vega, donde está su casa y es a más de una hora en auto de donde yo estoy. Su pueblo, ya lo he visitado y me tratan como a un hijo adoptivo, los vecinos que me conocen me han tratado de primera y me han hecho sentir como en casa. Además me prometieron que después de cenar una costillitas de cordero a las brasas que Iván prepararía y dormir allí, mañana me dejarían otra vez en este mismo lugar para seguir mi Camino. Así que otra vez los planes cambiaban, pero con gusto me rendí, las horas de ayer no habían alcanzado para el rencuentro.

A la tarde después de una buena ducha y una siestita, sali a visitar algunos amigos, aproveche y a caminar por las callecitas de Genestacio. El sol estaba cayendo cuando comence el retorno, desde la zona de las bodegas. Las luces y las sombras del pueblo, que a esta parece estar abandonado abandonado siempre me fascinan, a la distancia se sienten el alboroto de unas ovejas que bajan del alto y el continuo ladrido de perros, tipico de los campos de estas tierras. Después me senté frente a la iglesia, único lugar donde se puede acceder a internet en todo el pueblo, para comunicarme con mi familia, a la cual ya la estaba echando de menos, especialmente a mi esposa.

Las prometidas costillas que preparo Ivan quedaron deliciosas, unos frejoles cosechados en su propia huerta adornaron una noche de historias, anecdotas y recuerdos. Se hablo mucho del Camino, pero tambien de lo que ellos habian experimentado cuando me visitaron en Toronto. Era ya tarde cuando los chupitos, habian vaciado la verde botella de Rua Vieja y nos fuimos a dormir.

Como ven, una etapa totalmente para el olvido, en cuanto a la geografía, por diferentes motivos se transformó en un día excepcional gracias a la panadera y mis amigos. Todo esto tambien es gran parte del Camino.


Zamora y amigos del Camino


Llegar a Zamora fue como volver a casa, no es la primera vez que visito esta tan Hermosa y hospitalaria ciudad, y a pesar de que vengo herido, cansado y con mis ropas todas manchadas de sangre, por las peripecias con el jabalí y los zarzales, al poner los pies en el puente romano, comencé a sentirme mejor y nuevamente alegre. Después de andar en el Camino por alrededor de 9 horas, el cuerpo me pedía una ducha caliente y algo sólido para el estómago.
El albergue es un lugar de donativo, muy bien cuidado y donde los hospitaleros voluntarios se esfuerzan siempre para tener el lugar en óptimas condiciones, aparte de recibirte todos ellos con una amplia sonrisa y algunos hasta con un abrazo. Rápidamente se preocuparon por mi estado y me brindaron todo lo que podía necesitar.

Al rato ya fui a la plaza donde me comí un buen bocata lavándolo con unas cañas que con su frescura me levantaron el espíritu de inmediato. Como el agua y los ríos siempre me encantan, salí calle abajo nuevamente rumbo al puente romano y el majestuoso Duero. Al paso, silbando y disfrutando cada momento, llegue hasta la Plaza Santa Lucia desde donde vi un caballero que sentado en la puerta de su casa/atelier, pintaba con una tranquilidad que contagiaba paz. Me acerqué y por más de una hora conversamos, el contándome de sus trabajos y su atelier, yo escuchando sus historias y anécdotas como embelesado. Un estilo muy especial, donde el solo hace líneas rectas, pero por saturación logra paisajes o figuras deslumbrantes.

Seguí calle abajo, por un rato totalmente tranquilo y ya sin cuidado por lo pasado en la mañana, me regocije recorriendo los alrededores del rio y de nuevo cruce el puente Romano. Zamora ya la he visitado de punta a punta, su parte antigua alrededor de la Catedral y todas sus construcciones medioevales, son grandes atractivos, pero para mí mirar esta ciudad desde el otro lado del Duero, es impagable y nunca me canso de hacerlo.

Para los que ya llevan tiempo leyendo mis crónicas… ¿se acuerdan de Sandra? Sandra Alija es una amiga de Genestacio de la Vega, con la cual hicimos muchas etapas del Camino Francés juntos, en el 2013 y que luego me vino a visitar a Canadá con su hermano Iván. Bueno, mientras ando en mis recorridas, me llega un mensaje de que no cenara muy pronto, porque ellos dos y su novio Adrian, ya estaban en viaje rumbo a Zamora para verme y cenar conmigo.

Me dirigí hacia la Plaza Mayor y encontré un lugar a la sombra, en una terraza, donde me quede esperando su llegada mientras disfrutaba de unas cañas frías y solo, rememoraba los lindos momentos que habíamos pasado con esta amiga, y el grupo que se había formado caminando juntos hacia Santiago. Era un grupo muy juvenil de unos 15 chicos, con ellos nos aunamos los dos viejitos, yo con mis 66 y Jordi con sus 60. La verdad que fue una experiencia inolvidable y con la mayoría de ellos todavía mantengo contacto.

Estaba perdido en mis recuerdos cuando llegaron, fue inmensa la alegría del rencuentro y más fue la felicidad cuando me contaron los planes que tenían para la cena. Sandra sabiendo de mis gustos por la charcutería, traía una cesta repleta de mis platos preferidos, compramos unas botellas de vino y buscamos un lugar para hacer campamento.

Justo detrás del albergue, hay una hermosa plazoleta, con vista a la iglesia y también una panorámica hermosa del Duero, al estar a solo 20 metros del albergue, me daría la posibilidad de quedarme más tiempo, es decir hasta minutos antes del cierre a las 10 de la noche.

Un gigantesco banco de piedra se volvió nuestra mesa para la cena, de la cesta comenzaron a salir unos chorizos deliciosos, queso, salame campesino, pan del pueblo y un trozo de más de un kilo de cecina leonesa, que es mi debilidad. Realmente una mesa como para un obispo, todo eso bien regado con un vino de Toro, anécdotas y recuerdos, nos tenía a todos alborotados y ruidosos. La gente que pasa por el siempre muy concurrido lugar nos miraba, a mí, en algunos de ellos me pareció ver un dejo de envidia.

La tarde se hizo noche, Yo, como la Cenicienta, a las campanadas de las 10, con abrazos me despedí de mis queridos amigos, agradeciéndoles la gentileza de venir a visitarme y la cena, salí corriendo para evitar que me cerraran la puerta del albergue… no, no perdí ninguna zapatilla.

Ya no quería más, cuando me tumbe en la litera no debo de haber demorado ni cinco minutos en dormirme, mi cuerpo y mi mente, llenos de un día fuera de lo normal del camino, tanto en lo emocional como en lo físico, me decían que ya estaba por hoy, que mañana será otro día y tenemos que descansar para enfrentarlo.

En cuanto a Zamora, no importa cuántas veces la visite, siempre la veo como si fuera la primera vez y está siempre en la lista de ciudades para volver a visitar. Hoy mientras escribo me doy cuenta que la pasamos tan bien, que en ningún momento salió del bolsillo un teléfono o una cámara, para sacar fotos. Esa es la mejor muestra de que cada uno de nosotros estaba totalmente disfrutando del momento, sin poses ni posturas.


04 febrero 2016

El dolor del Camino

Cosas de peregrino, entre nosotros, nos seguimos los unos a los otros a traves de distintos sitios sobre los Caminos a Santiago, esto lo reproduzco con permiso del autor, porque es sobre algo que es moneda comun en el Camino. Copiado del facebook de simplemente Tio Jantxo.

El dolor en el Camino
Cuando veo una foto de un pié con dos o tres ampollas o una pequeña herida y una persona joven y sana, explicando que no puede más y se tiene que retirar del Camino, me acuerdo de Nicole
Hace ya algunos años en uno de mis Caminos avanzaba hacia Santiago con mas dificultades que de costumbre, ya que además de mis habituales ampollas que me han acompañado en todos los caminos, había que sumar una distensión muscular que me obligaban a andar con la ayuda de mi bordón, entonces tuve la suerte de conocer a Nicole.
Nicole es una mujer francesa, de color que en aquel momento rondaba los 70 años y podía pesar unos 90 kilos, calzaba unas sandalias con ambos pies vendados, caminaba muy despacio y con enorme dificultad, apoyada en dos bastones de madera.
Nicole tenía por costumbre salir una o dos horas antes que el resto de peregrinos, y solo se detenía para curar sus maltrechos pies o tomar algún tentempié sentada junto al camino. Cuando pasabas junto a ella siempre te regalaba una bella sonrisa, deseándote buen camino y sin expresar una sola queja.
Foto  propiedad de la peregrina Eusebia Correa.

Llegaba la última, bien entrada la tarde y al día siguiente salía la primera.
Día a día consiguió llegar a Santiago haciendo las mismas etapas que el resto de peregrinos, pero dedicándole mucho mas esfuerzo y horas.
Cuando la encontré en Santiago nos felicitamos por haber concluido el Camino, una vez mas me dedicó un abrazo y una sonrisa. Nunca la vi llorar, pero a mi se me encristalaron los ojos.
Cuando el dolor o las dificultades han aparecido en mis posteriores caminos, recuerdo a Nicole y me lleno de energía, sé que puedo llegar hasta el fin del mundo.

Buen Camino Nicole!!!

El Jabalí y Zamora

La cena en la Torre de Sabre, con la genial sopa de mariscos de Loli, estuvo buenísima. María, Loli y otro peregrino del cual no recuerdo el nombre, entre chupitos y cuentos estiramos la noche hasta tarde, la acogida de la hospitalera, de primera clase, nos hacia sentir bien y cómodos.
El sol apenas comenzaba a mostrar sus brillos por el oriente, cuando yo ya me despedía de Moha Hassan y rumbeaba para Zamora. Pero no siempre al que madruga Dios lo ayuda, salí contento y a paso firme hacia la salida del pueblo, estaba muy alegre e iba cantando canciones que me llenaban de luz el corazón.  No sé dónde fue, pero en algún lugar me perdí una flecha y el Camino dejo de ser el de Santiago, ya era mi camino, decidí que en vez de desandar, seguiría utilizando mi sentido de orientación hasta llegar adonde yo pensaba que podría retomar el sendero original.

Entre subidas y bajadas, hermosos montes nativos y plantaciones de maíz, fui avanzando tratando de llegar a un pueblo llamado Villanueva de Campean, en un campo muy cerca de Peleas de arriba, me encuentro con un cazador de palomas que me dice que voy bien y que estoy a pocos kilómetros de Villanueva. Sigo contento y a paso firme, me siento bien y no muy preocupado por el cambio de ruta, a la larga yo sé que todos los caminos llevan a Santiago. Pero….

De los maizales sale un jabalí grande y con cara de pocos amigos, yo que me crie en el campo, sé que el animal no ataca a no ser que se vea acosado, me detengo a unos 30 metros de distancia para darle tiempo y lugar para que siga su camino. El, tenía otra cosa en mente, en vez de volver al maizal se dirigía hacia mí de una manera amenazante, yo quieto lo veía que se acercaba pero para no asustarlo seguía quietito… llego un momento en que me di cuenta que este bicho no sabía que no es normal que el ataque, por lo que empecé a mirar para que lugar salir corriendo en caso de que el siguiera en su postura agresiva. Para un lado monte cerrado y agreste, para el otro un maizal tupido y más alto que yo, atrás a unos 50 metros una antigua vía del ferrocarril cruzaba el sendero, de a poco me fui dando vuelta tratando de llegar hasta allí sin disturbar a mi enemigo, el seguía como una estatua en medio del camino mirándome y medio bufando entre dientes.

Valientemente me di vuelta y lo más rápido que mi cuerpo permitía me dirigí a las vías, al llegar allí salí corriendo por sobre los durmientes, corriendo como corre un hombre de 68 años y cargado con un macuto de 10 kilos sobre la espalda. Después de una distancia considerable sin mirar para atrás, comienzo a sentir una gran comezón en brazos y piernas y el paso se dificultaba. Con el susto que tenía, no me había dado cuenta que iba corriendo entre los zarzales y espinares que invadían la vía abandonada, me detengo, miro para atrás y ni rastros del animal. Mis pulmones parecían prontos para explotar, el corazón me palpitaba a mil por hora, mis brazos y piernas sangraban profusamente por el daño que me habían producido los zarzales.

Avanzar no podía porque la vegetación sobre las vías, se cerraba cada vez más, para atrás ni pensarlo, no quería volver a encontrarme con Don Jabalí, a los costados los terraplenes se alzaban más de cinco o seis metros, empinados y arenosos eran mi única salida. Probé a subir y volvía a caer cuando la arena no resistía mi peso y se derrumbaba a mí alrededor, desarmé mi bordón que se destornilla a la mitad para poder ir clavándolos en la arena alternativamente hasta llegar a salir de mi predicamento.

Con la mochila todavía en la espalda, al llegar arriba, me quede tirado sobre un campo de cereales, me ardían los pulmones por la respiración agitada y forzada, sin moverme quería recuperarme y que mi corazón comenzara a latir normalmente, nunca en la vida me había sentido tan agitado y al borde de un colapso. No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero me recupere, acomode el bordón, reajuste el macuto y me despedí de mi sombrero, que había quedado enredado en los zarzales. A la distancia se veía un pueblo y atravesando campos me dirigí hacia allí.

Poco  antes de llegar a lo que sería Corrales del Vino, me encontré con un anciano que al verme tan sucio y sangriento se preocupó por mí y me invito a llevarme a su casa para curarme. Mientras me atendían les conté de mis peripecias con el jabalí, el hijo del hombre me dijo que él sabe que los jabalíes no atacan, pero que la noche anterior unos cazadores habían descargado más de cien tiros en esos maizales y no habían cazado nada, por lo tanto que fuera un animal herido y desorientado el que yo había encontrado.

Luego de reparado retome mi camino, ya llegar por el camino tradicional era una tarea casi imposible, así que él me recomendaba que siguiera por la carretera que de ahí llegaba a Zamora, yo ya no estaba para más aventuras, por lo tanto seguí su consejo. Empecé el día pensando hacer unos 31 kilómetros, pero entre aventuras y desventuras llegue a Zamora después de haber caminado más de 37.


La vista de la ciudad desde la distancia volvió a poner una sonrisa en mi rostro y el paso también se volvió más rápido y constante, el estómago me recordó que desde el desayuno no había probado bocado. Se me pasaron todos los dolores al cruzar el puente romano que te deja en la encantadora Zamora.

El Peregrino

El peregrino es hombre de esperanza, es alguien que peregrina en la fe, su búsqueda es la del camino en la verdad de su propia existencia, la que renueva cada día, mientras se reafirma a cada paso en su fe.
Su sed no la sacia una fuente lejana, sino la búsqueda de lo divino, la del abrazo de la misericordia.
“El peregrino tiene una experiencia auténtica del tiempo:
se levanta antes de que haya salido el sol; ve amanecer;
hace silencio por la mañana para levantar la mirada a la Presencia de Dios mientras empieza de nuevo su vida; va viendo cómo cambia el color de las cosas a medida que avanza el día; vive intensamente cada momento; reposa en una iglesia, en una sombra; vive sin reloj, sin calcular el tiempo.
Lo importante no es lo pasajero, sino lo eterno. Cada día pasa,
pero el tiempo recibe la huella de lo eterno.
Permanece viva en él la esperanza de alcanzar la meta movido por el deseo del Destino.
Comprueba que lo importante es descubrir el sentido de la existencia, frente al cual se renueva a cada instante la necesidad de la conversión”
Monseñor Eugenio Romero Pose