Después de despedirme de mis amigos, y sabiendo que iba a ser una etapa
más bien corta, me decidí a llegar hasta las ruinas de Castrotorafe y dedicarme
a recorrerlo para empaparme un poco de la historia y los lugares del antiguo
enclave que se yergue sobre las costas del Esla y que antiguamente contaba con
un gran puente de doce arcos que lo conectaba con la otra vera del rio.
Deje la mochila junto a un miliario, el sol recién se empezaba a
calentar y yo con el espíritu lleno de regocijo por restar donde estaba, me
dedique a pasear, lentamente y con los ojos bien abiertos. Leí cuanto cartel
encontraba, fotografíe todo rincón que me parecía interesante y llego un
momento donde estaba tan compenetrado que me parecía oír el bullicio y los
movimientos de los antiguos pobladores y de los Caballeros de la Orden de
Santiago, que aquí tenían una de sus primeras encomiendas. Lo encontré como un
lugar mágico, no sé cuánto tiempo me llevo el recorrerlo todo, estaba ausente
de la realidad y gozando de la película que se desarrollaba en mi mente.
Desde 1129, año en que el Rey dio la orden y autorización para
construirlo hasta 1493, fue el centro más importante de actividad en la zona,
su ubicación estratégica sobre el Esla y la presencia militar de los soldados
de Santiago lo hicieron un bastión de poder. Desde ahí se cobraban los
impuestos y rentas de la zona y mucho de ese dinero eran dedicados a la mantención
y construcción de la Catedral de Zamora, que estando tan cerca absorbía el
esfuerzo de la comarca. Además estaba en una encrucijada de caminos que se
dirigían a León, Castilla, Galicia y Portugal y por lo tanto fue vital para la
zona.
En esos menesteres y recuentos mentales estaba, solo, cuando un grito
me vuelve a la realidad, “Buen Camino”, me grita desde el sendero un ciclista
peregrino, que sin siquiera disminuir su veloz pedalear, recorria el Camino a
su manera. Devolví el saludo, mientras me preguntaba si el ciclista se había
dado cuenta de por dónde estaba pasando, o si simplemente su meta era llegar a
Santiago lo más rápido posible.
Sentado junto al poste del sendero, todavía pensando en la magnitud del
lugar, me comí un bocadillo de cecina que traía desde Genestacio, le di unos
besitos al medio litro de tinto y comencé a prepararme física y mentalmente
para retomar el andar. El día comenzaba de una forma maravillosa y si por hoy
no veía más nada de importancia, daba lo mismo. Las primeras dos horas bastaban
para justificar los kilómetros.
De ahí en adelante el paisaje no es muy cambiante, pero para nada
desagradable o tedioso, una leve brisa refresca ya seca la traspiración, en un
pequeño hilo de agua que encuentro, mojo el sombrero y me refresco el rostro,
el sol a esta hora pica fuerte pero no molesta.
Cruzo Fontanillas de Castro, donde en la puerta de un bar, un grupo
como de 10 bicigrinos se toman sus refrescos y comentan sobre el camino hasta
el pueblo, me imagino que lo hicieron por carretera, porque a mí no me pasaron
en el sendero. Nos saludamos y yo sigo, quizás tratando de no contaminarme con
ese sentido de prisa que siempre tienen los bicigrinos. Por la mente se me
cruza la imagen de mis botas mirándolos con una sonrisa socarrona e
invitándolos a hacer el Camino con los pies en la tierra y disfrutándolo como
se debe. Pero… ca uno es ca uno y ca cual es ca cual y hace el Camino que
siente y quiere.
Llegando a Riego del Camino, en un chiringuito a la vera de la calle
principal (carretera), paro a tomarme una coca cola bien fría y descansar un
rato, ya que falta poco para llegar al desvió que me llevara al Monasterio de
Moreruela, donde me espera otra de las maravillas de esta zona y algo que hace
tiempo estoy planeando ir a visitar.
Cuando le comento a la señora que atendía el lugar, cuales eran mis
planes, me sugirió que sería mejor si en vez de desviarme hacia el convento, me
dirigiera directamente al albergue de Granja de Moreruela, que después de
descargarme de la mochila, ducharme y descansar un poco, llamara a un número
que ella me daba. Hay un caballero de la zona que recoge a los peregrinos en su
auto y los lleva para una visita guiada del majestuoso monumento, este señor
conocedor del lugar y del tema hace esto a diario por tan solo un donativo, me
pareció interesante la propuesta, así que sin pausa y sin prisa emprendí camino
rumbo a Granja.




