04 diciembre 2016

Buen provecho… comiendo el Camino

Al llegar a Pamplona, después de dejar mis cacharpas en el albergue y una buena ducha, me dirigí hacia la zona de los bares y restaurantes para disfrutar y restaurar mis fuerzas. Un camarero me recibe efusivamente, se le nota la alegría de hacer su trabajo bien.  

“Agur, ongi etorri (hola, bienvenido), me llamo Eneko, siéntate por aquí”
“Hombre, pero que apenas que hablo español y mal” le respondí.”
“No te preocupes que nos vamos a entender” dijo Eneko
“Ahora sí, estoy recién llegado a España, ando de peregrino, pero hoy me voy a llenar la panza como un turista. Hazme el favor de traerme el menú de tapas que pienso romperme la boca.”
“Tendrás que esperar un rato, porque el menú de tapas lo tengo que pedir para que me lo manden de Madrid, pero mientras tanto te puedo servir del hermoso y delicioso menú de “pintxos” que tenemos.” Me respondió sonriente.

Ahí, por supuesto entre preguntas y respuestas, recibí una clase de culinaria de la península y con énfasis en la culinaria vasca. Las famosas tapas españolas te las sirven en casi todo el territorio, pero cuando llegas a tierras vascas, se transforman en pintxos (pinchos).  Tapas generalmente son servidas en un pequeño platillo, pinchos vienen presentados generalmente atravesados con un palillo que lo mantiene unido. Las dos cosas son para el extranjero, casi lo mismo. Una pequeña porción de deliciosos preparados, vistosos, gustosos, sabrosos y que te brindan la oportunidad de probar muchas cosas diferentes mientras lo acompañas con buenos vinos de la zona en que te encuentras o de alguna(s) cerveza(s). Para los uruguayos  es el equivalente a una “picada”, pero más elaborada y compleja.
Las historias de como surgieron las tapas son muchas, la que más me gusta es de que un rey medieval, al parar en una venta (taberna) en épocas de verano intenso, pidió un vaso de vino, como en el lugar había muchas moscas, el tabernero, le cubrió la copa con una loncha de salame casero, para así evitar que los insectos se metieran en el vino. El rey se tomó el vino, se comió el salame y pidió otra copa “con tapa”.

Hoy día las tapas son casi la bandera emblemática de la cocina española. Camarones, jamones, salames, huevos, mollejas, sardinas, pulpos, arroces, garbanzos, orejas de cerdo, pimientos, quesos y un millar más de ingredientes pasaron a ser los instrumentos con que los cocineros se lucen presentando estos productos en diferentes combinaciones.
En algunas zonas simplemente te la sirven gratis cuando pides una bebida, en otras, tienen amplia variedad y tú eliges tu preferida y cuantas quieres. Yo en mis varios viajes por España he comido todo tipo de tapas y pintxos, he probado cosas que nunca pensé que comería, pero como son pequeñas uno prueba.  De alguna de ellas también puedes pedir “raciones o porciones”, que ya pasan a ser parte de una comida más abundante. Todavía estoy por encontrar una tapa que no me guste, no sé si será porque son todas ricas, o simplemente que para mí todo lo que sea comida es bienvenido.

El “salir de tapas” o “a tapear” es una actividad culinaria pero más que nada es social. Ya que la gente la usa como una forma de encontrarse, de recorrer varios bares, bebiendo y probando las diferentes especialidades de los variados lugares.
Yo, desde Pamplona al barrio de Triana en Sevilla, me he comido todo y de todo, lo llamen pintxos o tapas, para mí es lo mismo, el sabor y la presentación es lo que cuenta. También es una actividad muy peligrosa, eso de salir de bar en bar, de copa en copa, de plato en plato se puede extender por horas y después… bueno después les cuento, cuando me acuerde, de una noche solo y en Triana.

Pintxos, tapas, son también cosas del Camino… es una forma de pasarla bien más que una comida, por eso Eneko, gracias por la clase y “Agur”.


10 noviembre 2016

Estos son los albergues

En las redes sociales, donde los temas son todos relativos al Camino de Santiago, en la última semana se volvió a plantear como tema número uno, al problema de los albergues del Camino.
José Almeida, unos de los iconos dentro del mundo de los hospitaleros, escribió una nota muy punzante, pero no falta de verdad en absoluto.


Para aclarar, en el Camino los peregrinos encontramos varios tipos de albergues, donde poder descansar el cuerpo después de las largas etapas a pie. Estos lugares son de diferentes tipos y los describo más o menos y a la ligera para los que no conocen del tema.

Albergue parroquial San Francisco de Asís, Tosantos.
Albergues Municipales:  Son lugares donde el Municipio de la ciudad, ha preparado un lugar de hospedaje para peregrinos, pueden ser regenteados por un empleado de la ciudad o asignados a un privado que paga una suma anual para usufructuarlo. Todos estos son lugares donde el peregrino debe pagar por la estadía, en general una suma muy económica que casi nunca pasa de los $10 Euros por noche.

Albergues religiosos o parroquiales:  Lugares regidos, facilitados y ofrecidos por las iglesias o monasterios que se encuentran a lo largo de la ruta, pueden ser de cuota fija por estadía o de Donativo. Algunos de ellos son lugares maravillosos por la antigüedad que tienen y ofrecen un ambiente más recatado que los anteriores. Pueden ofrecer cena comunitaria o no, pero en general son lugares destacables.

Albergue parroquial de Fuenterroble de Salvatierra.
Albergues privados:  Hosteles y pensiones comerciales, o simplemente modestos albergues operados por personas que brindan un servicio a los peregrinos, como un emprendimiento comercial. Muchos de ellos son lugares maravillosos donde “hospitaleros” voluntarios o a sueldo, se brindan generosamente para asistir a los romeros jacobeos. Son de pago, pero generalmente no muy caros y muchos de ellos son muy queridos y buscados por los peregrinos.

Albergues de DONATIVO:
Estos son los oasis del Camino, pueden ser administrados por Asociaciones de amigos del Camino, religiosos o simplemente privados. El albergue de DONATIVO, se sustenta por los dineros dejados en donación voluntaria por los peregrinos que arriban día a día. Básicamente la teoría es que los que llegan hoy estarán utilizando los fondos donados por los que llegaron ayer y ya están de vuelta en Camino. En estos lugares, es común encontrar que se brinda cena comunitaria y desayuno antes de partir a la mañana siguiente.

Albergue San Juan Bautista de Grañón .
Además, estos son los lugares donde se encuentra, generalmente el verdadero espíritu del Camino y los hospitaleros que brindan más cariño y conocimiento sobre los secretos y variables de la ruta Jacobea. Personalmente, yo llevaba caminando muchos kilómetros y días, por el Camino Francés, cuando me encontré con un lugar llamado Tosantos. Un modesto edificio en un cruce de carretera sin importancia, no estaba en mis planes quedarme ahí, pero algo me decía que no siguiera, ese era el lugar donde debía quedarme hoy.
En Tosantos no hay camas ni literas, el pueblo tiene un bar que abre tarde y cierra temprano, la única atracción cultural o religiosa es una ermita construida o excavada en una peña cercana. Sin embargo, para mi es unos de los iconos del Camino, un albergue de DONATIVO donde se respira tranquilidad y paz, se duerme en colchonetas en el piso, se brinda una cena comunitaria donde los peregrinos comparten anécdotas e historia, los que quieren pueden disfrutar de un corto y muy solemne reunión de retiro y oración en la capillita, donde los hospitaleros brindan cariño y un momento de sosiego. 

Refugio de la Faba.
Ahí conocí a José Almeida, hoy hospitalero de Tabara en el Camino Sanabrés, ahí conocí por primera vez lo que era ser un peregrino, no solo de gastar distancias sino de compenetrarse en el Camino, de su historia, de su propósito, de su energía.
Estos oasis, como decía antes, se encuentran en los diferentes Caminos que llevan a Santiago, pero poco a poco van tendiendo a desaparecer, porque cada vez son más las personas para las cuales el Camino, es una proposición económica de turismo o senderismo. Estas personas se van sin dejar un duro en la caja de donaciones, ellos creen que DONATIVO es equivalente a GRATIS. Comen, duermen, usan los servicios y todos los enseres, desayunan y se van tan campantes sin aportar para la manutención del lugar. No tienen reparos en pagar lo que sea en otros albergues y restaurantes, pero en el albergue de DONATIVO se abusan de la hospitalidad, guardando su dinero para gastarlo donde no tienen más remedio. 

Esta es una tendencia muy mala y que de mantenerse, llevara a la desaparición total de estos oasis de tranquilidad y solidaridad. 

DONATIVO no significa GRATIS, simplemente significa que lo que tu disfrutas hoy, lo dejaron pago los que estuvieron ayer y es tu responsabilidad asegurarte que los que lleguen mañana, disfruten y encuentren lo que tu encontraste.


Pero… hay de todo en la viña del Senior.

02 noviembre 2016

Plasencia, de peregrino a turigrino

Pero el peregrinar por los Caminos de Santiago, no es solo sacrificio y caminar, caminar, caminar…
La etapa antes y después del Arco de Caparra, debido a la falta de alojamientos y de albergues cerrados, como el de Oliva de Plasencia, se hace extremadamente larga para el peregrino como yo, ya avanzado de edad y de peso. Por lo tanto hay que tratar de dividirla lo mejor posible, yo camine hasta la carretera que lleva a Oliva de Plasencia.

En ese punto se me ocurrió cambiar de planes, decidí pararme al borde de la carretera hasta encontrar un medio de locomoción que me acercara a la ciudad de Plasencia, de las cuales tenía muy buenas referencias y se encontraba en los lugares a visitar en un futuro cercano. 

Como todos sabemos, nosotros siempre atraeremos lo que realmente queremos, si suficiente energía positiva es dirigida al propósito, el universo conspirara para que de una forma o de otra lo logremos. Y así fue, no habían pasado ni diez minutos cuando avisto el primer auto aproximarse, le hago señas para que parara y lo hizo. Al explicarle que era un peregrino en su camino a Santiago, pero que me hacía mucha ilusión, ya que estaba tan cerca, el conocer Plasencia, me invito a subir, hoy era día de mercado en la ciudad y él iba para ahí.  
El hombre era un productor de quesos de la zona y llevaba en la parte trasera su carga aromática y deliciosa para uno de los puestos del mercado. En poco tiempo de agradable conversación, llegamos a la ciudad y Ernesto, diciéndome que él tenía que hacer dos o tres paradas antes de llegar al  mercado, me bajo frente a unas escaleras mecánicas, a la entrada de la ciudad. Se despidió de mí deseándome Buen Camino y regalándome la mitad de un delicioso queso que debería pesar como un kilo.
Subí las curiosas escaleras y me dirigí al centro de la ciudad, desde donde podría averiguar si había un albergue de peregrinos o una pensión donde quedarme. Serían las once de la mañana cuando me encuentro con un centro de información y me dicen del hermoso albergue Santa Ana, en la iglesia junto a la UNED, mapa en mano llegue al lugar que era muy cerca del centro. Me encontré con un albergue de primera, mismo dentro de la iglesia, moderno, limpio, vacío y totalmente equipado. En síntesis, una maravilla de lugar.

Después de descargar el macuto y pegarme una ducha rápida, salí a las carreras para ver el mercado y disfrutar de todo lo que la ciudad ofrecía, estaba descansado y curioso, además de famélico. Desde una mesa al borde del mercado alguien me llama a toda voz “Alberto, peregrino, Uruguayo”, era Ernesto que con su cliente se estaban tomando una cañas. Comimos, conversamos, tomamos, varias veces intente pagar, pero quien nos servía tenía órdenes de no recibir mi dinero y así lo hizo. Nos volvimos a despedir, esta vez con un fuerte abrazo y después de desearme Buen Camino, me pidió que me acordara de el en Santiago y que en el altar del Santo encendiera una vela en su nombre.
Plasencia es una ciudad hermosa con muchísimas construcciones y monumentos muy antiguos y muy bien cuidados, sus calles abarrotadas de gente por donde fuera, una vida y una algarabía como en las grandes ciudades del mundo. Me hizo recordar mucho a Siena en la Toscana Italiana, donde también había encontrado ese ambiente y alegría.

Recorrí sus torres y murallas, visite un museo y el maravilloso Parador Nacional de Plasencia, anduve horas por las estrechas calles de piedra y comí mi cena sentado en una plaza rodeado de estudiantes que iban y venían con mucho bullicio y ganas de vivir.
En el albergue, cuando retorno, no había nadie y solo encontré un mensaje de que cuando me fuera, cerrara la puerta principal con llave y después la dejara sobre el mostrador de la entrada o en el bar de enfrente al lugar. Es decir que ahí estaba yo solo en esa gran iglesia medieval, por supuesto que después de recorrer y explorar todos sus rincones, dormí como un caballero después de varios días de batallas.

A la mañana siguiente el sol me encontró ya en pie, pronto para seguir mi recorrido. Desayune lenta y plácidamente en el bar donde debía dejar la llave, sentado en la pequeña terraza vi cómo se despertaba la ciudad y sus habitantes, sus estudiantes somnolientos caminando hacia sus estudios. Yo más contento y feliz que perro con dos colas, conseguí un taxímetro que me llevaría hasta el mismo punto donde había dejado el Camino, para seguir mis pasos de peregrino.

Cuando retome mi caminar, me vinieron a la mente la solidaridad de Ernesto, la belleza de Plasencia y nuevamente me alegre de haber tomado la oportunidad de conocer la zona.


Son Cosas del Camino

18 octubre 2016

El Arco de Caparra

Los lugares que uno recorre cuando anda en el Camino, se van presentando, debido a uno va a pie, lentamente, como un complemento del paisaje que se acaba de dejar atrás. Hay veces que parece una película en cámara lenta, donde todos los detalles se van clarificado a medida que va cambiando de escena y foco.
Eso sucede en el día a día del Camino, por eso no es extraño que uno se vaya compenetrando con sus alrededores y parece que se mimetizara con el espacio y tiempo. Pero hay veces que uno llega a lugares que resaltan, que rompen la norma e invitan a detenerse, pensar, explorar y maravillarse.

Después de haber pasado por Salamanca, Cáceres, Plasencia y ruinas como las de Castrotorafe o el Monasterio de Granja de Moreruela, uno no espera sorprenderse mucho. Pero siempre hay algo por ver, diferente o que te intrigue.
El trecho antes de llegar al Arco de Caparra, es bonito, relativamente solitario, los toros y las dehesas son la compañía constante. Se ve poca o casi ninguna persona, a lo mucho algún tractor trabajando a la distancia, por lo tanto se presta para perderse en uno mismo, deporte favorito de los peregrinos.

En eso me encontraba, totalmente disfrutando del trayecto y de la soledad del Camino, cuando inesperadamente, a la salida de un bosque, me encuentro de narices frente al Arco de Caparra. 
Después de haber visto innumerable cantidad de fotos del lugar, no esperaba que me sorprendiera al llegar, pero la verdad que fue un momento impresionante.

La majestuosidad del lugar va más allá de lo edilicio y de todo lo físico que lo rodea, son simplemente otro grupo de ruinas romanas de las que he visto en cantidades. Roma, Mérida, Sibari, Segovia y muchos otros lugares las tienen más grandes y mejor preservadas, pero este lugar en medio de la nada, rodeado de un paisaje pastoral inigualable, tiene una energía que no he sentido en ningún otro lugar del mundo que yo conozco. Quizás esté más relacionado con el peregrinaje que con la historia en sí.

Me descolgué la mochila y me senté  en unos bloques de piedra, mi estado de ánimo era súper positivo porque me sentía fuerte y contento, pero al sentarme a contemplar lo que me rodeaba, se me cayeron las lágrimas. No sé porque, pero de a poco la cabeza se me comenzó a llenar de historias que no sabía, de tiempos que no viví, de gente que no conocía. Sin saber cómo en ese momento me transforme en un romano de los tiempos de Caparra, recorrí sus callejones de piedras, sentí el olor de sus hornos y el ruido de sus herreros, me compenetre tanto que me parecía que yo había vivido todo eso.

No sé qué estaba pasando conmigo, pero una energía que no conocía, se había apoderado de mí, ¿sería que la reencarnación existe y que yo en otra vida había pasado por aquí? ¿O simplemente que debido a tantas horas solo en el Camino, mi mente estaba predispuesta a esta especie de alucinación?

En verdad no tengo respuesta para esas preguntas, pero sí sé que eventualmente voy a volver a ese lugar, las emociones y sensaciones que sentí en el Arco de Capara, me abrieron a examinar un monton de mis creencias y a estudiar un poco más sobre esos temas.

Se puede decir que soy un peregrino al borde de la locura, o que soy una persona loca por peregrinar, pero al fin y al cabo, simplemente, estas son cosas que pasan en el Camino.

04 octubre 2016

Las viejas bodegas, abrazadas al pasado

Las vi por primera vez en el Camino Francés, después las visite en Genestacio de la Vega y en mi último Camino, al llegar a Faramontanos de Tabara me volví a topar con ellas y fue una experiencia interesantísima.
En Genestacio de la Vega, mi amiga Sandra me invito a visitar la antigua bodega subterránea de su abuelo, se encontraba en las afueras del pueblo en una pequeña colina. Don Baltasar, supuestamente la cuidaba muy bien, hasta el día que el cuerpo y el tiempo se lo prohibieron, el día que la visite, se notaba que hacia años que nadie entraba y hasta me dieron ganas de agacharme y empezar a ordenarla y limpiarla, para ponerla como el acostumbraba a mantenerla.

La zona parecía totalmente abandonada, pero no era así, en una de las bodegas, Pedro, un vecino de la zona todavía mantiene la tradición viva y todos los días visita su bodega en compañía de su nieto. Allí pasan el día los dos, el abuelo entre vinos y cortes de jamón o chorizo, el nieto corriendo afuera detrás de una pelota o yéndose hasta una viña cercana donde cosechan unas uvas deliciosas. Tuve la suerte que me invitaron a conocer su refugio y compartir con ellos un poco de su vino y su jamón.

Fue un momento muy especial, ya que Pedro, muy conversador, me contaba historia del pueblo y de la zona… donde tiempo atrás habían muchas viñas, hoy solo queda la suya.

Más adelante, en La tierra del Cubo del Vino, me volví a encontrar con las bodegas, gran cantidad de ellas se encuentran justo a las afueras del pueblo. Ahí también intente conocerlas por dentro, pero no encontré ni un alma, parecía más bien un cementerio abandonado, pero la zona tenía cierta cosa, que me invitaba a recorrerla en su totalidad, por un buen rato me senté en un tronco frente a una de estas bodegas abandonadas y por la mente me pasaban imágenes que yo suponía que habrían sido vividas en el lugar.
Cuando volví al albergue, Loli, la hospitalera del lugar, me dijo que todavía había muchas de ellas que guardaban deliciosos vinos, pero que hoy día las usaban más como un lugar para visitar los fines de semana  para una corta visita, otras para organizar comidas familiares o de amigos.

Pero en el Camino Sanabrés al llegar a Faramontanos de Tabara, justo por donde el Camino entra al pueblo, en una de las primeras casas, Valentín, un hombre que andaría rondando sus ochenta y pico, se encontraba en la entrada de su bodega. Me saludo con un efusivo “Buen Camino”, le conteste en forma y me acerque para mirar la entrada de su preciado lugar. 
Una larga escalera llevaba a la parte escavada, se veía limpia, prolija, se notaba que Don Valentín la usaba y cuidaba mucho. Me invito a visitarla y tomar un poco de su vino, yo que venía cansado y agobiado por el calor, acepte enseguida, para disfrutar del frescor del pasaje subterráneo y meterme entre pecho y espalda  un vasito de vino casero.

Fue una visita interesante, por las historias del pueblo y de peregrinos que me contaba y por la oportunidad de sentir ese olor a tierra y uva, que me transportaba a otros tiempos. La visita se alargaba, pero yo tenía que seguir, Tabara estaba a unos 5 o 6 kilómetros y deseaba llegar al albergue, para ver a mi amigo José Almeida y descansar.

Le ofrecí al buen hombre que me acompañara hasta el bar del pueblo para invitarlo con un café, pero me dijo que iba solo una vez al día, generalmente al atardecer. Así que nos despedimos y agradeciéndole la hospitalidad, seguí mi Camino.

Cuando paso por el bar, se me ocurre entrar, me tome un café y al pagar, le digo al dueño del lugar que quería dejar un café pago para Valentín, que es un parroquiano que generalmente se acercaba al bar por las tardes. El hombre se sonrió y me dijo… “Asi que se encontró con mi padre en la puerta de su bodega, a que lo invito a tomarse unos vinitos, ese viejito lindo, siempre sacándome los clientes”… Me dio un apretón de manos y sin cobrar ni siquiera mi café me deseo un “Buen Camino”.

Son cosas que pasan en el Camino.

27 septiembre 2016

Enrique, un amigo en el Camino...

Si alguna vez sentí que el Camino me derrotaba, creo que fue cuando llegaba a Puebla de Sanabria.  Desde que salí de Rionegro del Puente, tenía la idea de que 40 kms. eran demasiado para mí, pero algo me apuraba a que llegara hasta allí. Varios de los pueblos por los que pasaría tenían albergues, así que existía la posibilidad de cambiar los planes en cualquier momento.

Exhausto y casi derrotado aviste el Castillo que distingue a Puebla de Sanabria, me dolían las pantorrillas, el tendón de Aquiles y todos los otros músculos con nombres romanos, griegos o latinos. Los pies lloraban y pedían descanso, la mochila a esta altura pesaba 50 kilos sobre mi espalda entumecida. Así y todo cuando llegue, no pude resistir dar una pequeña vuelta por el pueblo, estaba embelesado por la belleza que prometía a primera vista.

Al arribar al Albergue Casa Luz, apenas registrado, me tumbe en una cama y quede como muerto, todo el cuerpo me dolía y me prometí ahí mismo, nunca más hacer etapas maratónicas, no son para mí. 

Después de unas horas de descanso, fui al patio trasero a lavar mi ropa y descansar con los pies descalzos hasta la puesta del sol. Casi adormilado escucho que alguien se sienta cerca a remojar sus pies en agua con hielo, lo más distintivo, fue el olor al pitillo que el peregrino estaba fumando. Yo soy enemigo total del tabaco, pero el aroma del cigarrillo ese no me molestaba, la tranquilidad y paz con la que el hombre fumaba, me llamaba la atención.

Nos saludamos y comenzamos a conversar, Enrique, un andaluz de pura cepa, con su forma de hablar no podía negar ni disimular su origen. De cualquier manera, le pregunte de donde era, a lo cual me respondió “de Bilbao”, asombrado, le dije que su hablar era tan andaluz que casi ni le pregunto. Respondió “soy nacido en Andalucía, criado en Andalucía y he vivido toda mi vida en Andalucía”.  ¿Entonces porque dices que eres de Bilbao? le pregunte. Me miro serio, respondiendo “nosotros los de Bilbao nacemos donde se nos antoja” y largo una risa y sonrisa más grande que su cara.
Desde ese momento supe que estaba en la presencia de un peregrino que disfrutaba de su andar y que debería llevar muchos caminos dentro del macuto. Sus pies estaban destrozados, las llagas y cortes eran muchos, se veía que estaba sufriendo, pero a pesar de todo su semblante era de felicidad. Le ofrecí intentar curarle con las cosas que yo traía y mi poco conocimiento, ya que las llagas no son comunes en mis pies. Hice lo que pude, no sé si sirvió de algo, pero al rato salió caminando hacia el pueblo en búsqueda de sandalias, ya que ya no podía ni calzar las botas.

Él también me ofreció hacerme un masaje en las piernas y pies, acepte contento. Creo que el líquido que tenía, era alcohol con romero, con hábiles manos me hizo sentir como nuevo. Después me aplico unas cintas como vendajes, se veía que sabía lo que hacía y yo ahí, seguro que mañana, cuando volviera a la ruta, me sentiría como nuevo.

Cenamos como reyes después de haber cocinado una comida común, nos tomamos unos vinos y decidimos que al otro día comenzaríamos a caminar juntos, cada cual a su paso, pero con la misma meta. El a pesar de sus sandalias y sus dolores, parecía una gacela, yo un rinoceronte. Me sacaba ventajas en pocos minutos y lo veía desaparecer a la distancia, sin embargo después de un rato, en el aire se comenzaba a distinguir el aroma de su pitillo y allí me lo encontraba sentado en una piedra o tronco, esperándome y descansando sus pies.
Los dos heridos, hicimos etapas cortas, dormimos en Requejo, Lubían, A Gudiña, atacamos juntos los altos del Padornelo y A Canda, recorrimos valles y frondosos bosques, el adelante, yo llegando siempre después, el fumando y esperando por mí. Después de salir de A Gudiña, ya recuperados, veíamos que esto se terminaba, mi paso no era el de él, el tenia limitaciones de tiempo para llegar a Santiago, yo despacio, despacio, sabía que iba a llegar pero no cuando.

Mientras recargábamos agua en la fuente de A Venda de Teresa, decidimos que era ya tiempo de partir compañía, nos dimos un fuerte abrazo y con un “Buen Camino” lo vi alejarse. El seguiría hasta Laza, yo me quedaría en Campobecerros.

Al paso, subí y bajé recorriendo paisajes maravillosos, cada tanto buscaba a Enrique a la distancia, pero no lo veía. En la entrada de Campobecerros, pensé si yo también podía llegar a Laza, pero me di cuenta que mi mente decía que sí y el  cuerpo violentamente le argumentaba que no.

De repente, cuando buscaba el Bar de Rosario, el aroma del pitillo se distinguía claramente. Allí estaba, esperándome por más de una hora para despedirse otra vez, nos tomamos unas cañas frías, rememoramos los tramos hechos y…adiós. 

Son cosas del Camino

Un puente hacia el pasado. Cosas del Camino.

La salida de Orense por el puente romano y después las grandes y continuas subidas del Camino Real, no dan mucho respiro, hasta que se llega a la Ermita de San Marcos. Los campos todos negros y quemados por un incendio reciente, acompañan la subida hasta Tamallancos. El esfuerzo físico, por el camino empedrado y después por los desniveles existentes, obligan a concentrarse en el caminar. Desde lo más altos las vistas del valle y el vapor de las aguas termales del Miño se divisan desde lejos.
Al tranco, seguí rumbo a Cea, donde esperaba comerme un poco de su famoso pan. El día era caluroso pero aceptable, los bosques de 1000 verdes de Galicia me acompañaban y parecía que todos los pájaros del Camino se habían despertado para viajar juntos y conmigo. Me traía a la memoria mis paseos con mis queridos padres y mi hermano, paseos que siempre terminaban con los cuatro en un campo o monte, libres y al aire libre. De los cuatro quedo yo solo y cada poco revivo aquellos momentos.

Un viejo puente romano, muy antiguo pero entero, apareció frente a mí con sus gigantescas piedras como piso y sus parapetos donde todavía se distinguían los símbolos romanos originales. Lo miraba de lejos y me intrigaba, pero a la vez sentía que era como si fuera a transportarme a otro tiempo.

Del otro lado, a la sombra de los árboles, me esperaban ellos, sobre una mesa el guisado de perdices, típico de nuestros viajes, sentados en sus sillas plegables, mi padre y mi hermano saboreaban un vaso de grappamiel, su bebida preferida. La mesa pronta para comer y una silla esperando por mí, los aromas eran de campo y comida casera. Mi madre, como siempre, ajetreaba alrededor para que todo fuera perfecto, hasta llegue a detectar el suave aroma de la crema que ella usaba para sus manos. Me miraron sin mostrarse sorprendidos de mi llegada, comimos en silencio constantemente cruzando nuestras miradas, sin nostalgia, sin miedos, sin penas.

No sé si fue un minuto o muchas horas, terminada la comida nos paramos, nos abrazamos fuertemente y los tres después de darme un beso en la frente, se despidieron de mi con un… “Hasta que nos volvamos a ver…”, yo quise responder “hasta pronto”, pero no me salieron las palabras.

Después de esta alucinación que había tenido y que me había dejado contento, melancólico, con la panza vacía y el espíritu lleno, seguí rumbo a Sobreira, sonriendo y cantando canciones de tiempos pasados.

Son cosas del Camino.


12 septiembre 2016

Perderse en Cáceres

Todavía no había llegado a la Plaza Mayor, pero el alma y la imaginación se revolcaban en mi interior, sentado a la vera del Camino después de llegar al Alto de las Camellas, me puse a leer un panfleto turístico, que no sé cómo había llegado a mis manos. La idea era recorrer un rato por Cáceres y después seguir a Casar de Cáceres, donde esperaba descansar en un albergue municipal del que tenía muy buenas referencias.
A medida que leía sobre la ciudad medieval de Cáceres, más me apetecía la idea de recorrerla por unas horas, ya que estaba casi justo a medio camino de una etapa corta. Pero como el siempre el Camino se traza solo y te va dictando “los comos y los porqués” de tus pasos.
En el momento en que di mis primeros pasos a la entrada de la Plaza Mayor, me sentí como que no era dueño de mis tiempos y mis planes. El tiempo de mi reloj parecía haberse rebelado, obligándome a detenerme en ese tiempo y lugar que marcaba.

Las escalinatas que llevaban al Centro Histórico, eran el imán que me atraía y distraía, me senté en una terraza a tomarme una cerveza y admirar los alrededores. No sé cuánto duro ese descanso, me levante con desgano, remoloneando y buscando una excusa para no seguir. Me colgué el macuto y emprendí Camino para subir las hermosas escalinatas, cruzar la ciudad y proseguir hacia el destino prefijado.

Iba a pasos cortos y lentos, daba vueltas sobre mí mismo como un trompo, no me cabían en los ojos las piedras, las callecitas angostas, los monumentos, todo me fascinaba.

Estaba en ese trance, cuando me doy cuenta que en el bar había dejado olvidado mi fiel compañero, mi bordón. Desanduve mis pasos rezando para poder encontrarlo, ya que llevaba conmigo varios Caminos y era un regalo especial de una pareja de amigos entrañables.

Lo había dejado recostado contra la pared, lo encontré caído, la mitad del bordón dentro de un portal, como invitándome a entrar para recogerlo. Pensión Carretero decía el cartel donde lo había dejado recostado, él, ahora me invitaba a entrar, a quedarme, ya vendría el tiempo de seguir.

Por dos días y dos noches deambulamos mi bordón y yo por Cáceres, vimos la ciudad bajo los rayos implacables del sol que curtía y bajo la luz de la luna, que dibujaba imágenes fantasmagóricas en pequeños rincones. Visite sus iglesias y sus lugares públicos, escuche tres misas y sentado en una recóndita placita, junto a un convento, me regocijé con un coro de monjas cantando Vísperas con voces que parecían angelicales.

Me perdí en Cáceres, porque encontré una ciudad que me deslumbro, también porque el Camino, de una forma o de otra, me indicaba que ya llegaría el momento de seguir.


La soledad y el Camino

Y a veces pienso que lo que más extraño es la soledad.

Los kilómetros se van subiendo al cuerpo, las subidas y bajadas te hacen sentir poderoso, tus piernas y tus pulmones responden como deseas, miras el horizonte donde se recortan montañas maravillosas o valles interminables, los verdes y los ocres se mezclan, las nubes blancas que a veces están a tus pies, con su blanco espumoso le dan un fondo surrealista al paisaje siempre cambiante.
Alrededor, nadie, tú con el bordón, la mochila y los ojos tan abiertos que parece que se van a salir de la cara. Se te llena el alma de sonidos y  de aromas que se sienten placenteras, todo parece que te envuelve y te arropa, como protegiéndote y aislándote del mundo real, de las rutinas cotidianas, de los dolores y amores de todos los días.

Y se vuelve adictivo, cuando estas en el Camino, eres uno, cuando vuelves a casa eres otro. Pero ese otro tiene ya dentro una mezcla grande de lo que fuiste y sentiste en la montaña o en el valle, donde de a poco reflexionabas sobre temas íntimos que en el día a día de la vida “normal” ni te pasan por la mente.
Las horas que caminas solo, te van edificando ese “otro yo”, que tiene mucho de lo que realmente eres, pero que de a poco va integrando cosas que la soledad te va enseñando de ti mismo, cosas que siempre estuvieron dentro tuyo pero a las que nunca recurres o simplemente no te dabas cuenta que tenías.

Cuando vuelves del Camino, en realidad nunca vuelves, porque todos los días de una forma u otra en cada cosa que haces, se nota la estampa de ese “otro yo” que te dejo el Camino.
No lo digo por lo que me contaron, lo digo porque lo vivo constantemente, en cada decisión que tomo o en cada cosa que hago, siento que ahora lo hago con más ecuanimidad, con la mente mas abierta, con el corazón más dispuesto a hacer más felices a los demás, porque yo ya sé dónde soy feliz y porque.

Por eso no sé si lo que extraño es la soledad o el Camino, pero sé que lo que siento, lo descubrí en el Camino, una experiencia de la que nunca vuelves como eras.

14 abril 2016

Monasterio Cisterciense de Granja de Moreruela

Después de ducharme y comer un poco para reponer fuerza, quede a la espera de un lugareño que me pasaría a buscar en su coche para llevarme a visitar el monasterio. Esteban, un tipo muy peculiar, de esos que te dejan intrigado, con la duda… ¿realmente sabe lo que está diciendo o se hizo su propia película?
Pasamos casi tres horas caminando por las ruinas, que en realidad es lo único que queda del antiguo y majestuoso monasterio, en cada piedra, Esteban, encuentra una historia, cada marca tiene un símbolo más allá del que le puedan haber dado los picapedreros originales. Cada orientación de ventana o puerta tiene un significado, o lo conoce como nadie, o, él se cree lo que me está contando. Con una erudición exquisita pasa de un lado a otro, acomodando su relato a lo que ha estudiado por años, cuando uno lo escucha, realmente se empieza a
comprometer con su visión histórica  y con todas sus teorías sobre el lugar.

Para el las marcas en los muros no son las firmas o signos de los canteros que lo construyeron, sino que lo atribuye a una especie de grafiti, donde los monjes o de acuerdo a él, los primeros habitantes del lugar, que eran filósofos y hasta alquimistas, dejaban sus pensamientos y mensajes para los que se interesaran en la vida de los que vivían en el claustro.
De ahí surge que un símbolo, representa la palabra “Comunidad” otro “Jesús”, “Paraíso”, “Infierno”, “Dios” y así sucesivamente una cantidad interminable de significados, que con la intención de comunicarse con el exterior dejaban los monjes. La creencia común es que esos símbolos labrados en las piedras son la firma de los canteros o picapedreros que hicieron los bloques. Para Esteban esto no tiene sentido, porque los grabados son muy elaborados y consumirían mucho tiempo de trabajo para solo dejar una marca  de su creador. Sin embargo los monjes o filósofos enclaustrados tenían todo el tiempo necesario a su disposición para hacerlo de esa calidad.
La verdad, que mientras lo escuchaba me sentía capturado por la narrativa, cada vez que yo dudaba de algo, me daba una respuesta que de acuerdo a su teoría tenía sentido, así que me deje llevar por su visión y disfrute mucho de la visita.
Pero… al llegar a mi casa, como soy muy curioso, comencé a leer todo lo que puede sobre el tema, así fue que me surgió  la duda, la historia y la teoría de Esteban no encajaban, más bien lo escrito sobre esos monjes y el monasterio, contradicen casi todo lo que escuche ese día.
Pero a pesar de las dudas que hoy tengo, la visita fue muy linda y productiva, las ruinas son de una majestuosidad incomparable, en los momentos en que pude caminar y recorrer solo, sin la perorata continua de Esteban, tuve la oportunidad de sentir una energía muy especial que emanaba del lugar y pensar en la cantidad de años y de vidas que se dedicaron al servicio de Dios dentro de estos recintos.

Los monjes Cistercienses o “Monjes blancos”, aparte de lo espiritual, se entregaban de lleno a las labores campesinas, tenían de acuerdo a la historia, una capacidad única para mejorar los lugares donde asentaban sus monasterios, brindar trabajo  a los lugareños y repoblar zonas donde, como decía Atahualpa Yupanqui “parece que Dios por allí no paso”

Cuando llegaron los desafueros, la mayoría de estas grandes extensiones de tierra y edificios que poseían los monjes de las diferentes comunidades religiosas, entraron en estado de abandono, al punto que los edificios fueron de a poco siendo desmantelados para hacer otras iglesias o puentes por las autoridades y después por quien quisiera y necesitara materiales para construir. Esto no solo sucedió en España, sino que en casi toda Europa se hizo lo mismo.

Bueno, llego la noche y al volver al albergue, me sentía totalmente cansado pero satisfecho, en la mañana Castrotorafe, en la tarde Monasterio Cisterciense de Granja de Moreruela, en resumen un día genial. Se sale al Camino sin saber lo que le espera y de a poco las cosas se presentan frente a uno, un deleite total.
Mañana temprano, el desvió rumbo al Camino Sanabrés, sobre el cual no he leído casi nada, para que el propio Camino me sorprenda. Lo único que llevo agendado es que los próximos dos o tres días los pasare en el albergue de Tabara, donde tendré el placer de visitar a José Almeida, un hospitalero que se está transformando en un icono del Camino, gracias a su costumbre de brindar acogida tradicional a todos los peregrinos que se acercan a  su puerta. 

Lo vi por primera vez en el albergue de Tosantos, en mi primer Camino y después de haberlo conocido y escuchado, fue cuando empecé a sentir el verdadero espíritu del Camino, por él es que sigo volviendo a calzar las botas cada vez que se termina Agosto.

Después les cuento, los dejo con fotos del Monasterio y también con un link donde pueden leer más sobre la historia del lugar. Sanabrés, acá voy, siempre atacado por mi fiebre de flechas amarillas.

http://www.arteguias.com/monasterio/moreruela.htm

29 febrero 2016

Castrotorafe, unas ruinas llenas de historia

A la hora de las sombras largas, ya estaba de vuelta en las cercanías de Montamarta, gracias a que Adrián y Sandra, me devolvieron a la ruta, temprano, como me habían prometido. Como las obras que se están realizando en la ruta, han dejado la parte de los pantanos alrededor del embalse del Ricobayo, casi sin marcas y el lodazal según me decían, esta intransitable, elegí que me dejaran en la punta del puente que cruza sobre el canal, y de ahí comenzar el día. En total creo que le estaba robando unos cinco kilómetros a la ruta, pero como desde ahí se puede ver el pueblo y sus alrededores, no creo que me haya perdido mucho.
Después de despedirme de mis amigos, y sabiendo que iba a ser una etapa más bien corta, me decidí a llegar hasta las ruinas de Castrotorafe y dedicarme a recorrerlo para empaparme un poco de la historia y los lugares del antiguo enclave que se yergue sobre las costas del Esla y que antiguamente contaba con un gran puente de doce arcos que lo conectaba con la otra vera del rio.
Deje la  mochila junto a un miliario, el sol recién se empezaba a calentar y yo con el espíritu lleno de regocijo por restar donde estaba, me dedique a pasear, lentamente y con los ojos bien abiertos. Leí cuanto cartel encontraba, fotografíe todo rincón que me parecía interesante y llego un momento donde estaba tan compenetrado que me parecía oír el bullicio y los movimientos de los antiguos pobladores y de los Caballeros de la Orden de Santiago, que aquí tenían una de sus primeras encomiendas. Lo encontré como un lugar mágico, no sé cuánto tiempo me llevo el recorrerlo todo, estaba ausente de la realidad y gozando de la película que se desarrollaba en mi mente.

Desde 1129, año en que el Rey dio la orden y autorización para construirlo hasta 1493, fue el centro más importante de actividad en la zona, su ubicación estratégica sobre el Esla y la presencia militar de los soldados de Santiago lo hicieron un bastión de poder. Desde ahí se cobraban los impuestos y rentas de la zona y mucho de ese dinero eran dedicados a la mantención y construcción de la Catedral de Zamora, que estando tan cerca absorbía el esfuerzo de la comarca. Además estaba en una encrucijada de caminos que se dirigían a León, Castilla, Galicia y Portugal y por lo tanto fue vital para la zona.
En esos menesteres y recuentos mentales estaba, solo, cuando un grito me vuelve a la realidad, “Buen Camino”, me grita desde el sendero un ciclista peregrino, que sin siquiera disminuir su veloz pedalear, recorria el Camino a su manera. Devolví el saludo, mientras me preguntaba si el ciclista se había dado cuenta de por dónde estaba pasando, o si simplemente su meta era llegar a Santiago lo más rápido posible.

Sentado junto al poste del sendero, todavía pensando en la magnitud del lugar, me comí un bocadillo de cecina que traía desde Genestacio, le di unos besitos al medio litro de tinto y comencé a prepararme física y mentalmente para retomar el andar. El día comenzaba de una forma maravillosa y si por hoy no veía más nada de importancia, daba lo mismo. Las primeras dos horas bastaban para justificar los kilómetros.

De ahí en adelante el paisaje no es muy cambiante, pero para nada desagradable o tedioso, una leve brisa refresca ya seca la traspiración, en un pequeño hilo de agua que encuentro, mojo el sombrero y me refresco el rostro, el sol a esta hora pica fuerte pero no molesta.

Cruzo Fontanillas de Castro, donde en la puerta de un bar, un grupo como de 10 bicigrinos se toman sus refrescos y comentan sobre el camino hasta el pueblo, me imagino que lo hicieron por carretera, porque a mí no me pasaron en el sendero. Nos saludamos y yo sigo, quizás tratando de no contaminarme con ese sentido de prisa que siempre tienen los bicigrinos. Por la mente se me cruza la imagen de mis botas mirándolos con una sonrisa socarrona e invitándolos a hacer el Camino con los pies en la tierra y disfrutándolo como se debe. Pero… ca uno es ca uno y ca cual es ca cual y hace el Camino que siente y quiere.

Llegando a Riego del Camino, en un chiringuito a la vera de la calle principal (carretera), paro a tomarme una coca cola bien fría y descansar un rato, ya que falta poco para llegar al desvió que me llevara al Monasterio de Moreruela, donde me espera otra de las maravillas de esta zona y algo que hace tiempo estoy planeando ir a visitar.

Cuando le comento a la señora que atendía el lugar, cuales eran mis planes, me sugirió que sería mejor si en vez de desviarme hacia el convento, me dirigiera directamente al albergue de Granja de Moreruela, que después de  descargarme de la mochila, ducharme y descansar un poco, llamara a un número que ella me daba. Hay un caballero de la zona que recoge a los peregrinos en su auto y los lleva para una visita guiada del majestuoso monumento, este señor conocedor del lugar y del tema hace esto a diario por tan solo un donativo, me pareció interesante la propuesta, así que sin pausa y sin prisa emprendí camino rumbo a Granja. 

Me ubique en el lugar, llame al guía y ansiosamente espere la hora en que me vinieran a recoger. La jornada se estaba transformando en un día memorable.